lunes, 17 de enero de 2011

Cuando veinte años de guerra pesan tanto como cien de soledad



Cuando veinte años de guerra pesan tanto como cien de soledad
Como García Márquez insufla los vientos macondianos en los últimos días de un Simón Bolívar que busca salir de su laberinto 

José Ramón Briceño




Alguien dijo alguna vez que los artistas no tienen el consuelo de poder esconderse detrás de la verdad, eso, en otras palabras, podría resumirse en que los artistas no pueden, por razones estéticas, ampararse bajo la excusa de la siempre árida  verdad que por su naturaleza terrenal, y gobernada por las inmutables leyes de la cronología espacio-tiempo que anulan todo intento de penetrar en la psiquis de los personajes.
 Ahora nos preguntaremos qué pasa, si por el contrario, el artista decide esconderse tras la verdad para conformar su obra y con este subterfugio realizar el sueño de intervenir en la historia de algún personaje real sin tener que recurrir a los estrechos pasajes de la historia, donde la seriedad de los postulados no soportarían ninguna de las artimañas propias del oficio. Desde esta atalaya que presupone el jugar a ser un dios, mezclando en papel de imprenta realidades probables junto con ficciones edificantes o por lo menos más agradables que la realidad siempre estática y en la mayoría de los casos carece por completo de los matices poéticos del discurso literario.
Nos referimos a  Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia 1928) quien, a diferencia de otros autores que han incursionado en el tema de la historia novelada pareciera haber evitado el tema histórico en casi toda su obra literaria, siendo esta novela una suerte de hito dentro de la prolífica producción literaria de este autor,  y es en esta novela donde comienza a darse respuesta a la interrogante planteada en el párrafo anterior. Desde sus paginas este poeta de la prosa se atreve a relatar los últimos meses de vida de Simón Bolívar con su novela “El general en su laberinto”(1989), este caso es bien curioso ya que al leer la pieza no solo nos encontramos ante un Bolívar de carne y hueso, si no que aquí este autor se atreve no solamente a fabular, también se toma la licencia de convertir al “Libertador” en un personaje literario  del cual, -y tomándonos una licencia- podríamos decir que es un personaje nuevo al que se le adaptó el nombre de Bolívar por casualidad y fue esta casualidad la que lo obligo a adoptar la identidad del otro personaje histórico al cual se parece mucho, pero que por obra y gracia de la literatura  este autor nos hace creer que se trata del hombre de las mil batallas.
Para hacer esta aseveración tan aparentemente alocada nos basaremos en algunos rasgos que nos hacen pensar en la historia de “otro” militar, el Coronel Aureliano Buendía, solo que a este la muerte lo azota desde hace años y no lo fulmina en un pueblo imaginario y encantado llamado Macondo sino en una plantación de caña llamada San Pedro Alejandrino a mil leguas de su casa y soñando con recuperar una gloria ya muerta desde el comienzo.
  Todas estas consideraciones pierden valor al terminar tan abrumado de datos históricos cuya fidelidad es difícilmente cuestionable. Más bien nos lleva a pensar en un escritor que a pesar de su indiscutible destreza narrativa no puede desligarse de toda la carga literaria cuya carga tiene a cuestas y en especial al Macondo el cual lo lanza a la fama o de alguien tan diestro que osa mezclar su obra narrativa exclusivamente imaginaria con elementos “reales” a fin de redondear un texto para dejar de ser un documento histórico y terminar siendo un sentido homenaje a un hombre que mas allá de las distancias y de los errores propios de su naturaleza y de su tiempo  tuvo tal importancia cuando, a más de ciento setenta años de su muerte da que hablar y sigue influyendo en la vida y pensamientos de no pocos acólitos, cosa sorprendente en estas tierras donde el olvido pareciera ser reglamentario.
Esta similitud entre el Coronel Buendía y el General Bolívar podría entenderse como la lógica influencia del entorno geográfico y los vientos ideológicos que hacen de estos héroes casi míticos victimas de sus propias victorias, y que ya para el final de sus días, la lucidez que les otorga el saber que todo esta perdido para ellos les permite entrever las grandes perdidas que les han ocasionado las mil batallas. Por ejemplo podríamos afirmar que el tratado de Neerlandia con el que el militar imaginario termina una guerra civil igualmente inventada, se parece mucho al resultado de la convención  de Ocaña (10 de abril de 1828) la cual representó el principio del fin de Bolívar como único en la conducción de la ya debilitada Gran Colombia, pues esta origina una profunda división entre Santanderistas y Bolivaristas (“aquí no habrá mas guerras que las de unos contra otros y ésas son como para matar a la madre” Pág. 255), tal como para el Buendía causa su retiro de la guerra. En ambos casos, tratado y la convención,  causaron el cese definitivo de las guerras ni la implantación de ningún régimen de paz para ninguna de las partes terminando todo en un  embrollo político, que en el caso de macondo termina con un viento, el cual arrasa desde los cimientos y hasta allí la historia, pero en el caso de la Colombia de Bolívar aun hoy  la guerra persiste y la fulana unión de los pueblos que pretendió no existe y no es mas que bandera de demagogia , tal como el Bolívar ficcionado intuyó desde su lecho de muerte.  

Nietzche definía la tragedia como todo aquel texto narrativo o no donde los protagonistas no tuviesen posibilidad de salvación alguna y cuyo destino fatal fuese necesariamente, la muerte. En los casos estudiados, y según la definición antes mencionada podremos argüir que tanto en las novelas, El general en su laberinto y Cien años de soledad  son tragedias, pues en ambos textos los protagonistas tienen finales para nada felices y específicamente entre el coronel Buendía y en general Bolívar, ambos concientes de lo que ha significado su vida entre guerras, solo esperan la muerte, aunque negándose concientemente a recibirla pero con la calma de quien ya no tiene nada que perder.
 Bolívar viaja por todo el río Magdalena enfermo, débil y sin animo conciente de cualquier otra cosa (“ya lo que me falta es morirme”, Pág.251) y aunque planifique y casi grite voz en cuello la necesidad de comenzar otra guerra para continuar su obra, jamás hace real gesto para encabezar movimiento alguno, sin embargo sus acólitos lo animan a seguir, el en cambio, da largas hasta que la muerte esperada (¿lo sorprende?) lo alcanza en Santa Marta y el coronel Buendía cubierto en una cobija por el frío en los huesos (igual al Bolívar del laberinto) se recluye en su casa donde a fuerza de hacer pescaditos de oro se deshace de toda la pestilencia de la guerra y espera con parsimonia a que la muerte se lo lleve. Llama también la atención que la muerte del Buendía que funda la estirpe haya sido en un laberinto de habitaciones y este mismo laberinto (imaginario o no) haya dado titulo al ultimo periplo del héroe. 
En cualquier caso “El general en su laberinto” es una pieza literaria sólida que a diferencia de otras obras del mismo género (la historia novelada) que mantienen un tono ajeno al autor o por lo menos éste toma distancias ideológicas con el fin de insuflar cierto rigor histórico dentro de su fabulación.
 García Márquez se presiente y hasta podemos sentir la voz de alguien que nos cuenta la historia triste de un hombre conciente de su peso histórico viaja camino a su muerte y , sin pudor alguno se precia de fabular los resquicios de una historia fragmentada y nunca escrita entremezclando los personajes y paisajes reales con todos los elementos propios de su literatura, poblándola de espectros, recuerdos galantes, y hasta se toma la libertad de colocar a su personaje en el preciso momento donde otra de su obras comienza, (Del amor y otros demonios), en una Cartagena de indias asolada por el mal de rabia (“Aún quedaban rastros de pánico por un perro con mal de rabia que había mordido en la mañana a varias personas de diversas edades, entre ellas a una blanca de castilla que andaba merodeando por donde no debía” Pág. 233) pasajes como estos sorprenden al lector atento y pareciera, con esta “coincidencia” condicionar a este lector a hacerse una imagen  precisa del escenario geográfico donde se encuentra su personaje, casi como una muleta impuesta desde sus letras, y lo más interesante del asunto es que quien no ha leído esa otra obra no hace mella al relato.
Aunque la distancia tiempo-espacio entre Cien años de soledad y El General en su laberinto, pueda parecer que borra cualquier duda de que la similitud entre el personaje central de esta última y aquel coronel Aureliano Buendía sea pura casualidad y nos aclara de alguna manera cuál fue el personaje que pudo haber inspirado a García Márquez, dejándonos con la sorpresa de que este personaje pudo haber tenido su génesis en los libros de historia y no en la imaginación calenturienta de un genio literario.
Entre los ejemplos que nos hacen pensar que el Coronel Aureliano Buendía es una suerte de alter ego de Bolívar esta el del frío que atenaza al Libertador  y que lo obliga a estar abrigado aun en las horas de calor tal como le sucede al coronel de ficción en su retorno a la casa familiar viejo y derrotado con el único anhelo de hacer y deshacer pescaditos de oro hasta que la muerte lo alcance, pero que, además mantiene el mismo aire de ruina y desolación del Bolívar “real” que viaja camino de la muerte. Es decir que ambos personajes realizan un último viaje cuyo destino final solo es la muerte tanto histórica como física.
El general…, como obra literaria tiene  características que la definen como una pieza única, tal y como sucede con una pieza artística ya que como tal no aceptaría la posibilidad de ser clon de ninguna otra, pero además, su conformación de novela histórica le confiere otras cualidades especificas como el hecho de entremezclar realidad con fantasía, como si fuese un ejercicio para comprobar aquella teoría de Don Mario Vargas Llosa (Historia de un deicidio) al establecer   dos figuras para diferenciar los niveles de ficción dentro de la obra literaria, aunque estos niveles están enmarcados dentro de un estudio sobre Cien años de soledad  igual cabe dentro de este análisis , en líneas generales Vargas Llosa nos dice que existen dos “realidades” dentro de la ficción “la realidad verdadera” y  “realidad ficticia” , por supuesto estando claros que al pasar la “realidad” por el tamiz de la imaginación ya esta pasa a ser mas fabula que otra cosa, solo que la mala costumbre de creer casi todo lo que este en letra de imprenta es cierto. En la novela histórica de García Márquez estas categorías de Vargas Llosa se mezclan hasta casi fundir éstas en un todo que confunde al lector común,  quien termina aceptando este conglomerado de verdades y mentiras (tal como cualquier novela) como un documento histórico de valor absoluto, aunque, sin embargo, describe muchos hechos que bien pudieron haber sucedido en ese viaje; también pudieron ser únicamente obra de la imaginación del escritor( “¡Que cara nos ha costado esta mierda de independencia!” Pág.235) , quien a pesar de todo intercala ciertas referencias en apariencia comprobables sobre el futuro de todos los allegados a Bolívar, pero todo esto no importa más que a la crítica ya que el lector solo se rinde ante el placer de leer una historia que lo acerca al hombre y no al monumento ecuestre de las plazas.
Este Bolívar humanizado es un retrato del romántico latinoamericano clásico, que detesta Europa y sus cortes pero mantiene modales propios de ésta y los combina (según la ocasión con las costumbres caribes), que se permite la sátira, el lenguaje procaz con el afectamiento propio de un caballero de la época. Por ejemplo en un pasaje del libro donde Bolívar conversa con uno de los generales que lo acompañan y que exhibe sus heridas de guerra como trofeos, proclamándose como el más viejo combatiente ya que cada herida de lanza, fusil o espada cuenta como años vividos y al contrastar con Bolívar expresa que siendo este el mas viejo en años es el mas joven en realidad por que no tiene ni un rasguño en veinte años de guerra, una infidencia de este calibre a un personaje de esta categoría causaría alguna  consecuencia grave, en cambio solamente produce cierta hilaridad a los personajes que dialogan, otro pasaje de la narración nos cuenta de un hombre supersticioso (“ …tendremos que irnos sin conocer a los amigos de las patas de gallo” Pág.135)  lo que contradice su condición de ilustrado pero que también esta en consonancia con su cualidad de hombre nacido en esta parte del mundo, pero, además le confiere al texto esa aura de realismo mágico que forma parte de la literatura garciamarquina.
Todo el texto está lleno de anécdotas que desdibujan al militar para convertirlo en una suerte de don Juan que antepone batallas de cama a las de sangre y fuego, retrasa asuntos de estado por seducir a alguna dama sin importar las convenciones sociales o si esta era casada o no, lo que también nos lleva a sentir que, o era de un poder tan grande que los maridos cornudos preferían hacer la vista gorda, o tenia tal tacto y tal delicadeza para realizar sus fechorías que nadie se enteraba jamás de sus aventuras galantes, pero esta ultima consideración deja de ser valida al pensar que si nosotros que nacimos mas de ciento cincuenta años después lo sabemos, no hay razón alguna para no pensar que en aquellos tiempos de rumores esto no era noticia publica, lo que de alguna manera lo pinta como un caligula caribe manchando la imagen de caballero que todos tenemos de ese hombre, pero también dibuja muy bien  el espíritu masculino de la época donde al contrario de estos tiempos era alentado y hasta respetado por todos, dejando en claro que de otra manera no hubiera sido un hombre tan respetado por su poder y por su espada.
En toda la novela nos encontramos referencias más de tono discursivo que de otra naturaleza a Cien años de soledad , aunque la presencia del río magdalena y los buques a vapor nos traiga algunos aromas de otra novela del autor, “El amor en los tiempos del cólera” , sin embargo, el paralelismo más evidente lo encontramos en “Cien años…” , por ejemplo este autor es  quien nos dice que luego de la disolución de la gran Colombia, a la nueva granada le quedan cuarenta y siete guerras civiles antes de encontrar la paz, tal y como las que tuvo Coronel Buendía lucho hasta decidir que la guerra no valía de nada, lo que nunca sabremos si este guiño del autor lo hizo para extender un pasaje del libro, para lanzar otra línea entre cien  años de soledad o simplemente para exponernos su ideario pacifista, pero en cualquier caso nos transporta mentalmente  hasta la otra novela de la que hablamos.
Otra de las particularidades de “El general…” es el tono de clarividencia con que el autor dota a su personaje desde donde el autor hace gala no solo de su ideario político y humano cual licencia literaria poniendo en boca de sus personajes ideas que podrían tranquilamente ser parte del mismo ideario bolivariano “En cambio yo me he perdido en un sueño buscando algo que no existe” Pág. 303, pero que es preciso acotar pues tras las líneas se siente la mano del autor, quien quizás por esas mismas licencias se permite este lujo de jugar con las contradicciones de un hombre que por razones históricas, sociales y hasta de formación fue una contradicción en si mismo, ya que encarnaba lo mejor y lo peor del hombre con todas las crueldades y las bondades propias de los estadistas que vivieron toda una época de barbarie tal como lo fueron esos primeros treinta años de una guerra donde la mitad del continente mato a la otra mitad y al final tuvieron que convivir con sus muertos y su dolor para construir algo desde las cenizas de la desolación que tal devastación dejo sembrado en el corazón mismo de quienes habitaron esta parte del continente americano y que aparece en un pasaje de la novela donde alguien pregunta al general “ahora tenemos la independencia, díganos que hacer con ella”, estas y otras licencias  permiten al lector establecer de alguna manera algunos hechos que todavía persisten dentro del ideario latinoamericano y que le otorgan un aura mesiánica que se contradice con la configuración del hombre de carne y hueso mas no con la de semidiós de la guerra con que todos los nacidos en  los países “Bolivarianos” hemos sido inoculados desde los libros de texto escolares y hasta en los bandos políticos que se han escudado en algún punto de la historia para fabricar su panteón de hombres de guerra en un continente donde, al parecer, es mas importante la espada a la pluma.

Podremos afirmar que nos encontramos ante una novela con tintes históricos y no ante una historia con ribetes de novela, ya que el autor desdeña el marcar los pasajes “reales” de los imaginarios, a diferencia de otros (Herrera Luque por ejemplo) quienes son puntillosos a ese respecto, bien sea por obra y gracia de los pies de pagina o por un apéndice al final del libro de forma tal que el lector no se deje “engañar” por el autor, sin embargo García Márquez hace gala de una caballerosidad insólita al agradecer a Álvaro Mutis el permitirle robarse la idea  y me imagino que cediendo a la presión hace una cronología de los hechos históricos en ese ultimo viaje de Bolívar por el río Magdalena  pero obvia los personajes que aparecen en su historia lo que apunta a poder afirmar que esta novela tomada como histórica es un documento de ficción con algunos elementos de la realidad sobre el ultimo año de soledad del hombre que inspiró a un personaje que vivió y sigue viviendo desde las paginas de una novela otros cien años de soledad .

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